Por Samuel Arango M.
Publicado el 11 de octubre de 2010 en El Colombiano
Ojo, que usted puede ser víctima de una de las grandes plagas de los tiempos modernos: la laboradicción.
El laboradicto se despierta muy temprano, las seis ya es mediodía, y se mete al computador a terminar el borrador de sus trabajos o compromisos, a revisar el correo, a escribir las cartas pendientes. Llega antes que todos a la oficina, sin despedirse de los suyos, con un desayuno a medias. Se siente muy bien en llegar de primero y mejor en salir de último de la oficina. No tiene tiempo para vacaciones. Los domingos se "desatrasa" y prepara las órdenes para sus subalternos.
El laboradicto tiene la agenda copada, con reuniones, tres o cuatro al día; con citas, cinco o seis; con cosas por hacer y por deshacer; con cartas para escribir; con llamadas para efectuar; con gente para recibir y con gente para visitar; con razones para dar; con planes para delinear y viajes para concertar, con comités para coordinar.
El laboradicto teme, aunque no lo diga, que si no rinde, si no trabaja, lo echan, lo crean poco responsable, ineficiente, le pueden mover la silla. Por eso no le queda ni un segundo. Todo lo hace él, no delega, todo lo revisa una y varias veces, todo lo critica. Los dolores de cabeza, los mareos, las lucecitas que a veces ve, las agrieras continuas no le importan, ya pasarán porque por ahora hay que trabajar. No cae en la cuenta de que el tiempo que no le dedique a la salud ahora muy seguramente se lo dedicará a la enfermedad después.
Los laboradictos llevan la oficina para la casa, cargan el maletín repleto de documentos, papeles, catálogos, correspondencia, revistas. Llevan el computador portátil y las usb que le servirán para no perder tiempo. La vida personal, la familia, tendrá tiempo después, cuando se salga a vacaciones así no las haya tenido desde hace varios años. O para cuando ya haya realizado los sueños profesionales y haya triunfado en la vida. No sabe el iluso que muy posiblemente para esa época no tendrá familia, que cada uno, aprendida la lección, no tendrá tiempo para él, estará con otros con quienes ha compartido la vida, no con el extraño que es él para los suyos.
El laboradicto abre durante la noche, los fines de semana, las horas de descanso, el correo electrónico, no puede vivir sin él.
El laboradicto, como el alcohólico, no reconoce su problema y se encoleriza cuando alguien que lo quiere le insinúa su problema. Incluso se pregunta con frecuencia por qué tantos directivos como él se divorcian, por qué tienen tantos hijos desorientados, drogadictos, ausentes, rebeldes.
Ojo, si usted es laboradicto: Pare, reflexione, tome decisiones antes de que sea demasiado tarde. Dese su tiempo. Escriba en su agenda el tiempo para usted y para los que ama y lo aman. Revalúe su efectividad, sus relaciones con el trabajo, con la empresa, con su familia. Déle a las cosas su verdadero valor. Hágalo ahora que puede. Si no, ya será demasiado tarde.
Recuerde, el éxito a costa de su familia, de la salud, de la felicidad, NO es éxito.
El laboradicto se despierta muy temprano, las seis ya es mediodía, y se mete al computador a terminar el borrador de sus trabajos o compromisos, a revisar el correo, a escribir las cartas pendientes. Llega antes que todos a la oficina, sin despedirse de los suyos, con un desayuno a medias. Se siente muy bien en llegar de primero y mejor en salir de último de la oficina. No tiene tiempo para vacaciones. Los domingos se "desatrasa" y prepara las órdenes para sus subalternos.
El laboradicto tiene la agenda copada, con reuniones, tres o cuatro al día; con citas, cinco o seis; con cosas por hacer y por deshacer; con cartas para escribir; con llamadas para efectuar; con gente para recibir y con gente para visitar; con razones para dar; con planes para delinear y viajes para concertar, con comités para coordinar.
El laboradicto teme, aunque no lo diga, que si no rinde, si no trabaja, lo echan, lo crean poco responsable, ineficiente, le pueden mover la silla. Por eso no le queda ni un segundo. Todo lo hace él, no delega, todo lo revisa una y varias veces, todo lo critica. Los dolores de cabeza, los mareos, las lucecitas que a veces ve, las agrieras continuas no le importan, ya pasarán porque por ahora hay que trabajar. No cae en la cuenta de que el tiempo que no le dedique a la salud ahora muy seguramente se lo dedicará a la enfermedad después.
Los laboradictos llevan la oficina para la casa, cargan el maletín repleto de documentos, papeles, catálogos, correspondencia, revistas. Llevan el computador portátil y las usb que le servirán para no perder tiempo. La vida personal, la familia, tendrá tiempo después, cuando se salga a vacaciones así no las haya tenido desde hace varios años. O para cuando ya haya realizado los sueños profesionales y haya triunfado en la vida. No sabe el iluso que muy posiblemente para esa época no tendrá familia, que cada uno, aprendida la lección, no tendrá tiempo para él, estará con otros con quienes ha compartido la vida, no con el extraño que es él para los suyos.
El laboradicto abre durante la noche, los fines de semana, las horas de descanso, el correo electrónico, no puede vivir sin él.
El laboradicto, como el alcohólico, no reconoce su problema y se encoleriza cuando alguien que lo quiere le insinúa su problema. Incluso se pregunta con frecuencia por qué tantos directivos como él se divorcian, por qué tienen tantos hijos desorientados, drogadictos, ausentes, rebeldes.
Ojo, si usted es laboradicto: Pare, reflexione, tome decisiones antes de que sea demasiado tarde. Dese su tiempo. Escriba en su agenda el tiempo para usted y para los que ama y lo aman. Revalúe su efectividad, sus relaciones con el trabajo, con la empresa, con su familia. Déle a las cosas su verdadero valor. Hágalo ahora que puede. Si no, ya será demasiado tarde.
Recuerde, el éxito a costa de su familia, de la salud, de la felicidad, NO es éxito.