Existe una norma que obliga a los empleados oficiales a la jubilación forzosa cuando cumplen 65 años. Les dicen cuchos y los declaran oficialmente en proceso de chatarrización. Váyanse, ya no sirven.
A lo anterior se agrega que a pesar de haber aportado a lo largo de la vida cerca de 150 millones de pesos al seguro de salud, ahora el valor de ese seguro, en la misma fecha de los 65, le sube casi un 300%. Me recuerda el caso de dos ancianitas en un pueblo, una de ellas enferma y la visita el médico. Le deja la receta y la hermana va a la farmacia a comprar las drogas. Cuando regresa, la enferma le dice: ¿Trajiste los remedios? La hermana contesta: Noooo, morite Elena.
En fin, que la chatarrización humana es una norma de la República, obviamente injusta y discriminatoria. A esa edad es mucho lo que normalmente puede una persona aportar a sus semejantes, lo testimonian dirigentes de talla mundial, Papas, artistas.
Pero la edad no es una cuestión de años, puede que el cuerpo se arrugue. La vejez llega cuando se arruga el alma. Cuando no hay ideales, cuando no hay capacidad de asombro.
He decidido ser joven hasta que la muerte nos separe y aunque la sociedad me chatarrice, continuaré mi bella vida al servicio de los demás, a disfrutarla a plenitud.
Ahora me dedicaré a malcriar los nietos. A aprender más poesías. A darle a la gente más de lo que ella espera, con cariño. A no creer todo lo que oigo ni leo. A perdonar y olvidar. A pasar horas eternas en el campo. A soñar y a apoyar los sueños de los demás. A amar intensamente. A no juzgar. A buscar respuestas. A llamar a los amigos. A reconocer los errores y aprender de ellos. A conversar con quien disfruto conversar. A tener más tiempo para mí mismo. A leer y escribir más. A tomar fotos. A creer en Dios. A sonreír con inocente malicia. A compartir mis conocimientos y experiencias. A orar, para adquirir poder. A no hablar mal de nadie. A ir a lugares a donde nunca he ido. A aprender a romper las reglas de vez en cuando, sin causar mal. A amar y a cocinar con creatividad. A no creer que todo es pecado. A disfrutar lo que tengo y no envidiar lo que no tengo. En caso de preocupación, a mirar para abajo... A perdonar, pero nunca olvidar la experiencia. A sonreír la mayor parte del tiempo, la otra, también. A no regañar y menos temprano en las mañanas. A escuchar más música, es el regazo del alma. A no creerle a alguien que habla mal de todo el mundo, hablará mal de mí. A conversar con los niños.
¡Seré una chatarra de lujo!